Maridaje, armonización, acompañamiento… miles las formas de mensionar el
fabuloso sincretismo entre lo sólido y lo líquido, pero sólo un efecto: placer.
¿Magia? ¿Ciencia? ¿Hermetismo? O... ¿Superchería?
¿Qué significa este concepto aparentemente
tan asombroso y tan utilizado en la actualidad?
Se cuenta: La armonía no es más que la unidad orgánica de una multiplicidad
de aromas y sabores, es decir; Hay sintonía de
esencias cuando vino y pan no producen caos, sino que confluyen en un mismo
efecto o combinación feliz.
Dicen los iniciados; una buena armonización no se
puede definir sino como el orden viviente y articulado de la realidad sensible
y la racionalidad inmanente de la naturaleza pues es aquí donde el alma se
deleita en la belleza porque la estructura del objeto es dada a su propio
equilibrio. Es como la música, una nota debe acompañar rítmicamente a otra y
así sucesivamente hasta completar un compás. La sinfonía del vino y el alimento
precisa una relación casi perfecta entre ambos. Para tarea tan complicada se
requieren dos artífices: cocinero y sommelier, laudistas encargados del
enamoramiento entre platillo y bebida.
La comunión entre lo sólido y el líquido embriagador, e
incluso la operación de una sustancia sobre otra, no consiste más que en la
perfecta concordancia mutua, establecida expresamente por el orden de los
elementos, en virtud del cual cada uno de ellos, siguiendo sus propias leyes,
se encuentra en aquello que exigen los otros; y las operaciones de cada uno
siguen o acompañan así la operación o el cambio del otro. Es un efecto en
cadena, algo similar a encontrar el ritmo adecuado para siempre poder bailar
una pieza más.
¿Alquimia? ¿Filosofía? Ninguna de ellas aunque a veces
lo parece. Una buena combinación no es cosa fácil; si se logra; el éxito
escandaloso. Si se fracasa: el mediocre destierro.
Te invitamos a experimentar con nosotros: Armonizamos sólo
para ti compañía, celebraciones, pan y vino.
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